viernes, 3 de abril de 2015

Quo vadis?

Querido Lord Baley:


Aquello que dice que los viejos rockeros nunca mueren, ha sido no pocas veces la tumba en vida de muchos que hubieran de haberse retirado hace años, y así ahorrarnos la lamentable parodia de su decrépito artístico, estilístico o intelectual, cuando ya no hay donde rascar, las tendencias le pasan a uno por encima, ha contado todo lo que necesitábamos saber del mismo, incluso lo que no, y las piernas  ya no le dan ni para subirse en marcha al tren de la bruja, lo que adquiere tintes decididamente dramáticos, [ya sabe, de esos visibles para todos menos el encausado] cuando se manifiesta la férrea intención de morir sobre las tablas, o peor aún, de ser lo que fuera, lo único que se sabe hacer ad infinitum.
Y si la ostia desde los altares del exceso ya tiene que doler, no quiero ni imaginar la de aquellos que coparon el circuito de vagones del metro, o la limosna en el down town, cuando ni si quiera queda el recuerdo de los días en que reinaron.
Por eso una retirada a tiempo es una victoria, incluso si se pasa un poco del momento en que fuera idónea, con tal de dejar intacta, al menos la honestidad, y ya que lo dice, la dignidad.

El coordinador general Cayo Lara, nació con un destino en lo universal, pero sus padres olvidaron su segundo nombre en la inscripción registral, Máximo, condenándolo así a la militancia en IU, de la mano del cual ha obtenido los peores resultados en unas elecciones legislativas desde que la democracia corretea por España, de la mano del cual el partido se disgrega por momentos y alude a cualquier cosa estos días menos a la unidad. Es cierto que Cayo no tiene el carisma de Anguita, El Califa, y ni siquiera de Llamazares, si es que alguna vez lo tuvo, y que más que otra cosa se regodea en una estética de sindicalista progre trasnochada con esos cuellos mao, y ese discurso de pataleta y de creerse mejor que nadie por ser muy bueno. Pero la culpa no es suya, si no de  un proyecto que lleva haciendo aguas ni más ni menos que treinta años, y que con independencia de su capitán, se mantiene a flote únicamente sobre la esperanza suicida de ver tierra a lo lejos, algún día, y cuando digo suicida, no puedo dejar de pensar en que su vigía allá en lo alto de la torreta se apellida Garzón.
Y aún así, el mayor problema de IU es creerse todavía una opción válida, útil e incluso necesaria, y que a fuerza de achicar toda el agua que pueda, lleva la prostitución de la república hasta el paroxismo de elegir su bandera como símbolo institucional en sus comparecencias, en un intento de amalgama popular sobre un presupuesto, una causa que no existe. Que no existe.


Imagine por un momento la infancia de un niño cuando todo el mundo acude donde él lo hace, y no mucho más lejos que su apellido. Imagínelo en las frías noches del invierno salmantino urdiendo su destino, el día en que toda la raza humana conocerá su venganza inapelable, pidiendo entonces un gato blanco al que acariciar mientras su risa reverbera en todas las piedras del pueblo, en un crescendo demoníaco de esos que hace que te tapes en la cama hasta las orejas.
Efectivamente Vicente Del Bosque tiene uno de los mejores palmarés del la Historia como entrenador, tan incuestionable como el hecho de la suerte que siempre ha tenido, contando para tales títulos con equipos ya hechos, lanzados a la consecución de aquello que tuvieran por delante mientras hubiera gasolina en el depósito, y a pesar del mismo Vicente.
Y quizás no sea hora de disquisiciones tácticas que expliquen el pesar a que me refiero, para lo cual bastaría la muestra de su periplo griego de dónde salió escaldado adivine usted por dónde, si no simplemente aquella en la que se reconozca que la suerte se ha acabado, el ciclo llega su fin y ahora toca hacer algo que nunca supo: construir un equipo. 
Y lo que Del Bosque no sospecha es que la afición le guardará gratitud eterna, que su nombre será loado hasta el fin de los tiempos, y su tumba destino de peregrinaje casi masivo, pero sobre todo, que a los españoles nos las pone dura la honestidad, y que si mañana decidiera hacer alarde de la misma, el pueblo entero eyacularía en aplausos y reconocimiento.


Sin otro  particular


Casey Rossfield