martes, 24 de diciembre de 2013

Pufos. Volumen I

Querido Baley:


De sobra conozco el  predicamento que las más grandes o nimias de las cuestiones relacionadas con el mundo del fútbol tienen entre sus intereses: uno o ninguno. Sin embargo esto no obsta, hágame caso, para que desde aquí le sugiera uno de tantos temas al respecto, en la prueba empírica que sitúa al soccer como recurso narrativo en las más variadas situaciones personales y profesionales.

Es por eso que le propongo hoy el primero de los volúmenes al respecto de una casuística como los pufos, esa suerte de jugadores, que al margen de no haber vivido su mejor momento futbolístico cuando desembarcaron en nuestra liga (de hecho los hay incluso de los que se duda si vivían, al menos en horas diurnas), o no haber podido demostrar sus carencias en la posición para la que fueron fichados (exponiendo así también las lagunas visionarias de sus entrenadores), o verse impelidos por lesiones sucesivas entre las que se incluyen esguinces etílicos, eran, en definitiva, malos.

Y es curioso cómo, llegados con las más variadas vitolas de glorificación técnica (por los cuerpos técnicos, y no me refiero a Megan Fox) y periodística   (a la hinchada se la engaña fácilmente a partir de estas dos), fueron cayendo todos y cada uno víctimas de la mala suerte, elemento homogeneizador de las más variadas excusas, cortina de humo indulgente más propia de la Madre Teresa de Calcuta, que de tipos con sueldos de siete cifras, o peor aún, de aquellos que escriben sin haber dado una patada a un balón en su vida.

Así las cosas, que empiece la carnicería.

Patrick Kluivert. La carrera del otrora efebo tulipán tuvo su punto álgido y último en el gol que marcara al Milan en la final de la Champions del año 1995. Efectivamente no seré yo quien le quite ese mérito, pues incluso las hemerotecas demuestran que lo hizo, si bien la pregunta es: ¿a parte de aquel decisivo tanto, hizo algo más en su carrera deportiva? Pues sí querido Baley, fichar por el F.C. Barcelona en 1998, y es más, llevar  términos como regate, fuera de juego y entrada por detrás, de la mano de algunas de las escorts más reputadas del foro. Es cierto que después fichó por el Newcastle, Valencia, PSV,  y que acabó su carrera en el Lille francés, pero, ¿a quién le interesa?

Secretario. ¡Ah, Secretario!, aquel luso de melena azabache y mirada perdida, protagonista de uno de los sucesos más olvidados pero más drásticos del fútbol moderno. Secretario fue una apuesta personal de Capello, y digo personal por que a éste  no le discutía los fichajes ni el mismísimo Valdano, destinada a recorrer los mismos pastos que en su día pisara Chendo. Un lateral correctito, donde la clave nos la da el diminutivo, pero que como no podía ser de otro modo, venía envuelto en la burbuja del aplauso unánime del estamento futbolístico arriba mencionado. Y pasó lo que tenía que pasar. La burbuja pinchó, más tarde que pronto. Fue en el Bernabéu, en un partido en que entró ya en la segunda parte a sustituir a un compañero, para 20 minutos después, ante el asombro y alivio generalizado de la grada, ser sustituido a su vez. Se retiró al túnel de vestuarios, y nadie ha vuelto a saber de él. Lo cual, al margen de consideraciones acerca de su paradero y/u ocupaciones actuales, vino a demostrar que por una vez rectificar fue de sabios. Gracias por nada Capullo.

Robinho. Robson de Souza, así se llama la criatura, desembarcó en el Real Madrid directamente del Santos brasileño sin aduana de liga menor, véase holandesa, portuguesa o francesa de por medio, y como recambio ya no generacional, si no demiúrgico del que hubiera podido ostentar la quinta corona, Ronaldo Luis Nazário de Lima, Ronaldo. Pero le diré una cosa Baley: ya en su primer partido, aquel frente al Cádiz en el que sus gambeteos le llevaron directamente al estrellato de los media y la consideración antes referida, ya entonces le dije al señor Kraken lo que me parecía tanta bicicleta: este tío no vale ni para tomar por culo (sic). Y así fue que filtraciones del vestuario blanco aseveraron tal afirmación de manera dilatada durante todo el tiempo que jugó en Chamartín, hasta su esperpéntica salida del club, rodeada de tanta hilaridad como oscurantismo, de camino al City, y de vuelta  a tierras cariocas, para en sus propias palabras, convertirse en el mejor jugador del mundo. Pues eso majete, Keep on trying.

Y hasta aquí el primer capítulo de la saga. Espero que le sea de ayuda en un futuro, o al menos haya pasado un rato arrullado por recuerdos tan singulares.


Sin otro particular


Casey Rossfield

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