No crea
que no me cuesta.
Mucho.
Y usted
mejor que nadie lo sabe.
Y mire
que lo intento, porque hay tantos gustos como colores, y gente para todo, pero
los hay que merecen palos, y cada uno que tiene una ostia...
Pero es
que ya no se trata de una mariconera, ni siquiera de una riñonera a punto de
estrangular a esos infra-seres que no saben dónde los tienen.
Es que
se trata de un bolso querido Labressieur, lo suyo, eso que luce como epítome de
comodidad es un puto bolso, bolso y feo, joder.
Y dígame
qué coño lo justifica Mortadelo.
¿La
comodidad?
¿Acaso
son cómodos sus pantacas de pitillo?
¿No lo
es el fajo de viruta con el que sufraga incluso la compra diaria del pan?
¿No lo
son acaso las llaves de su Sporter 883 y la de su picadero en los Hamptons?
¿No lo
es su jodido iPhone?
Verá
querido Labressieur, ya en 1901, y al tanto de majaderías como la suya, el Sr
Levi Strauss tomó una decisión tan revolucionaria para la época como mancillada
hoy día por tipos como usted: le añadió dos bolsillos traseros a esos
pantalones que hoy visten media humanidad, perfeccionando un modelo que
permanece inalterable como nota de gusto, capacidad portante, pero sobre todo,
de integridad.
Así que
coja su cartera, sus llaves y su móvil, métalos en los bolsillos de sus Levi´s,
y como vuelva a aparecer por la City con un bolso, le juro que yo mismo le daré
la paliza que lo envíe al hospital.
He
dicho.
Y para
otros tantos flipados, desde aquí se lo digo: Mc Gyver trabaja siempre con lo
que encuentra a mano. Y no lleva bolso.
Sin otro
particular
Casey Rossfield